sábado, 30 de marzo de 2013

Está brotando algo nuevo, ¿no lo notáis?



Pascua: Un amor de rodillas, crucificado y más fuerte que la muerte.


A lo largo de nuestra vida hay detalles que quedan esculpidos en algún remoto rincón de nuestro corazón. Tal es el caso de una sencilla pregunta que mi madre solía hacernos a mi hermano y a mí cuando éramos pequeños: ¿Cuánto me quieres? Ante la sorpresa de la pregunta se impone la sencillez de nuestras infantiles palabras: ¡Mucho! La respuesta es obvia pero, como toda buena madre, la mía seguía insistiendo: ¿Cuánto es mucho? Entonces, en un esfuerzo agónico por extender nuestros brazos hasta poder abrazar el horizonte, intentábamos, sin éxito, explicar qué significaba “mucho”, o dar una medida satisfactoria a la cantidad de amor que sentíamos.
Aquella pregunta maternal, y quizás sin mayores pretensiones teológicas, se ha convertido para mí en la clave de bóveda para entender y saborear el misterio pascual de nuestro Dios. Todo este camino hacia la Pascua ha sido una posibilidad privilegiada para ir descubriendo cuánto nos quiere el Dios en el que creemos. Por eso también nosotros ahora podemos hacerle la misma pregunta: ¿Cuánto nos quieres? ¿Hasta dónde llega tu amor? ¿Cuál es el límite de tanta ternura?... La respuesta no puede ser otra que la que se desglosa en el broche final de la Cuaresma, el Triduo Pascual.
¿Hasta dónde puede llegar un amor que sólo se entiende de rodillas? Este amor ha tocado la frialdad del suelo y ha acariciado las heridas sangrantes de tantos pies descalzos. Este amor no tira nunca la toalla, sino que se la ciñe para amar hasta el extremo (Jn 13, 1-5). Este amor es capaz de convertir toda una vida en pan que se parte y se reparte, en vino que se derrocha a raudales, porque es un amor que hace del servicio y la entrega una fiesta continua y un brindis a la felicidad compartida (Mc14, 22-24).
¿Hasta dónde puede llegar un amor que opta por los crucificados compartiendo su misma suerte? Este amor ha vivido al margen con los marginados, ha compartido el rechazo de los rechazados, se ha sentado a la mesa de los que mendigan y ha caminado con los que cargan con muletas. Este amor ha abrazado a quien tachaban de impuro y ha besado a quien llamaban pecadora. Éste es un amor que no claudica ante la duda y el miedo, que no se echa atrás ante la crítica y la difamación, que es fiel hasta el final, aunque su final sea una dramática muerte, aunque su final se llame Cruz (Mc 15,24).
¿Hasta dónde puede llegar un amor que es más fuerte que la muerte? Este amor ha superado todo final, ha trastocado cualquier límite, ha desbordado a borbotones toda mesura, ha saltado toda barrera y borrado cualquier frontera. Este amor ha abierto nuestros sepulcros y ha rasgado el velo que esconde la esperanza. Este amor ha roto las cadenas que nos atan y esclavizan y nos ha devuelto la libertad verdadera, la libertad creativa, la libertad que ama. Este amor hace nacer para ti y para mí un nuevo sol que inunda al mundo de una radiante claridad, iluminando hasta la noche más oscura (Mc 16, 3-4).
¿Cuánto me quiere el Dios en el que creo? Quizás para responder puedo extender mis brazos hasta abrazar el horizonte e intentar, sin éxito, dar una medida satisfactoria. Sin embargo, como cuando era pequeño e intentaba responder a la pregunta de mi madre, me basta con una sencilla palabra: Pascua. 

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